Cuando, después de media hora de camino, avistas la imponente bajada a Cala Pilar, te das cuenta de que ha merecido la pena no caer en lo fácil y conducir el coche hasta una playa urbanizada.
Hace unos años, cuando fuimos por primera vez, bajamos esa ladera a grandes pasos, clavando los pies en la arena y enterrándonos hasta las rodillas. El paisaje no nos dejaba pensar y la bajada no nos dejaba pararnos. Sólo cuando, por fin, llegabas a la orilla y te dabas la vuelta eras capaz de asimilar todo lo que acababas de dejar atrás. Pero esa imagen no es la que voy a poner aquí, para ver esa imagen hay que ir hasta Cala Pilar, llegar a la playa y darse media vuelta, poner los brazos en jarra y suspirar. Con algún amigo, la historia de la caseta, del tronco o de alguna medusa, siempre es más fácil y divertido de recordar. Por un verano inolvidable en Menorca.
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