
La llave que abría su puerta, y cuya pila misteriosamente aún no he tenido que cambiar, cayó en mis manos en junio de 2005. Con 80.000 km en las ruedas y los elevalunas rotos, lo primero que hice fue ponerlo a punto e instalarle una radio-cd debajo del volante para asombro de acompañantes y copilotos. Los viajes por Europa central y el frío inverno alemán no pudieron con su batería, aunque a veces le congelaron las puertas delanteras y tuve que entrar por el maletero. Tampoco el calor insular ni los caminos de cabras por los que lo metía en la Menorca profunda. Ha resistido al nunca predecible pilotaje de los habitantes de Castellón. Ha precisado de asistencia mecánica en contadas ocasiones y siempre ha pasado la ITV como si fuera su primera vez, nervioso y con buena nota. Ha sido mi alternativa a la tiranía de los precios y servicios de RENFE, mi conexión con casa, con mi familia, con Alicante.

Mi vía de escape, mi herramienta de trabajo para encontrar despitados murciélagos alemanes y recorrer la Costa Azahar. Esta tarde, en uno de tus viajes de Castellón a Casa, de Casa a Alicante, de Casa a Casa (ya no tengo claro qué es cada cosa), entre Alzira y Carlet, ha marcado el kilómetro 200.000. Algún día tendrá que visitar un desguace, porque ni está para venderse a un tercer conductor ni quiero que otras manos lo toquen. Algún día tendré que decirle adiós, pero lo que es seguro es que eso será con más de 200.000 km. Al principio no estabas tú, pero hoy sí, y la carretera que le queda al Ibizica la haremos juntos. La vida de un coche no es como empieza, es como acaba, y cuando llegue su hora, quiero que estés con nosotros, con ese espejo retrovisor izquierdo de color gris, con la pegatina de Leipzig y de Sant Joan de Menorca. Vamos a hacer unas fotos para el recuerdo ;o)
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