Y a pesar de no haber estado nunca, ni en un sitio, ni en
otro, julio siempre ha sido el Tour y San Fermín. De niño “mamá, despiértame a
las ocho menos cinco y desayuno contigo, ya sé que no hay cole, pero quiero ver
el encierro”. Luego, otra vez a la piltra, que el cuadernillo de Rubio en una
semana lo tengo hecho. De grande “mola entrar a las 8:30 h a currar, así, y
gracias al HD, sigo desayunando con el asta del toro en la taza de cola-cao”.
Antes, despertar de la siesta justo cuando Induráin, Rominger, Jaskula,
Ugrumov, Álvaro Mejía y compañía enfilaban la primera curva de las veintiuna
que tiene el Alpe d’Huez. Hoy, y gracias a TDP, que consciente de que trabajo
por la tarde y no puedo seguir la etapa en directo, me la repite esa misma
noche, enterita, y al mediodía siguiente. En julio, para el que no puede coger
vacaciones pero vive cerca del mar y lo aprovecha tanto como el que se viene
desde el interior, la tele le acerca a lo más emotivo que ocurre por ahí fuera.
Luego vendrá agosto, y con él, los Juegos Olímpicos. Pero de eso ya hablaremos. Julio es el Tour y son los sanfermines. Además, visto desde el aire, esos toros que luchan por pasar primeros en la cuesta de Santo Domingo me recuerdan a los sprints más apretados de los Campos Elíseos. ¿A vosotros no?
Esas siestas en el sillón cuando aún cabía entera...se me empezaron a salir los piececillos y el Tour seguía siendo el rey de las tardes julianas. Hoy día esto no ha cambiado. La entrada me ha teletransportado por unos momentos a esos días, gracias!
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