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Y ella contestó: -Es que no tengo un duro.
-Joder, siempre estás igual, nunca tienes pasta para salir.
-Ya, pero es que tengo la hipoteca, y la contribución, y la escalera, y el seguro... -argumentó.
-Claro, es que ahí la cagaste, ¿para qué te compras un piso, con lo caro que está todo? Tendrías que haberte ido de alquiler. ¿A quién se le ocurre? Es que no tienes miras de futuro. Y ahora pásate toda la vida esclavizada a un trabajo que no te gusta porque tienes una hipoteca que si no pagas te echan a la calle y, hala, a vivir debajo de un puente.
Y, entonces, pese a ser amigas desde pequeñas y a pesar de haberla defendido de los que hablaban mal de ella en el barrio, expresó sus sentimientos y la amistad se rompió.

-¿Con qué derecho me dices tú a mí que por qué me compro un piso? En primer lugar, lo tengo que comprar porque nadie me lo regala, no como a ti. En segundo, porque prefiero vivir por mis propios medios sabiendo que lo que cocino me lo he ganado dignamente (ya sea cajera, dependienta o puta). Y por último, porque el día de mañana, cuando todo se vaya a la mierda y los griegos nos miren con cara de "os lo habíamos avisado", yo estaré más preparada que tú. Y te atreves a reírte de mí y de los que son como yo. "¡Que se jodan!", les gritas. Claro que sí. Si no tienen trabajo es porque no lo quieren. De eso tú sabes bien, que empezaste bien abajo, en la misma calle, ¿verdad? Más concretamente a unos ochenta centímetros del suelo, donde quedaba la bragueta de tu primer cliente, ¡comepollas! Pronto llegará el día en que los de abajo le peguen fuego a tu casa, y a la de tu papá, y a la que tenéis en la playa, a la del campo y las dos o tres que regentáis en Madrid. Y esos hijos que te cría la chacha guatemalteca (la quieren más que a ti) mientras tomas el sol en la playa y tu marido te pone los cuernos con una rumana, irán al colegio avergonzados por ser hijos de quien son. Y os veáis de patitas en la calle, con la obligación de trabajar para sobrevivir. Y un día nos veremos otra vez. Espero que ese día te vengas a tomar algo conmigo, tú que tienes tanto dinero, y me cuentes qué es trabajar cuarenta horas a la semana por menos de mil euros y qué tal sabe la comida que te llevas a la boca. Pero claro, con un poco de suerte, tú, que estás esponsorizada por papi, jamás llegarás a conocer esa sensación, con lo que mola. Y tener un marido que de verdad te quiera. ¡Ja! Tú si que no sabes nada de eso. Pobre de ti. Eso, que la pobre eres tú.


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