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miércoles, 11 de agosto de 2010

10 de julio - 9ª etapa: Ligonde - Arzúa (memoriales y peregrinos españoles)

Después de recoger la tienda de campaña y escurrirle la humedad para quitarle el máximo peso posible, Andreas y yo nos ponemos en marcha. Tenemos ante nosotros la etapa más larga de nuestro Camino: 38 kilómetros. El ansia por llegar a Santiago nos hace caminar más deprisa de lo normal. Cuando llevamos dos horas de caminata ininterrumpida y vemos que no hemos hecho ni diez kilómetros, decidimos parar a descansar y pensar con la cabeza. La idea de bajar el ritmo y disfrutar un poco del paisaje no es mala. Tenemos la suerte de cruzar varios bosques. En uno de ellos, alcanzamos a Tom, del que nunca sabemos si va por delante o por detrás de nosotros. Más adelante, nos encontramos a Marco y a su amigo surcoreano comiendo algo. También tienen pensado llegar hasta Arzúa, pero por la noche. Andy quiere saber si Alemania quedará tercera en el mundial, así que tendremos que llegar por la tarde a nuestro destino. Poco antes de Melide, volvemos a encontrarnos con Santiago y su joven espíritu. Él se quedará en el siguiente pueblo y ya no volveremos a verlo. Sin embargo, como buen peregrino y consejero, antes de perdernos de vista nos informa sobre una placa en memoria de Miguel Ángel Blanco, aquel joven asesinado por ETA en el 97. Un par de kilómetros más adelante, vemos el memorial. Yo le explico la historia a Andreas y paramos a comer. El bar está lleno de peregrinos españoles, al contrario que en León. Es la primera quincena de julio y no mucha gente está de vacaciones. En agosto, esto tiene que ser insoportable. Muchos de ellos hacen el Camino desde Sarria, que está a 100 km. de Santiago, y así poder recibir la Compostelana. Yo sigo con mis sellos allá donde paso la noche, pero la Compostelana no me interesa mucho. Además, está en latín y hace ya mucho tiempo que acabé COU.
El trayecto final hasta Arzúa se nos hace muy cuesta arriba. Andy y Tom se entretienen hablando de coches y de mecánica. Yo, que tengo la cabeza a punto de explotar de tanto oír y hablar alemán, aprieto el ritmo y pongo la directa a Arzúa. Mi amiga Marta, que trabaja en el pueblo, me llama por teléfono y me recomienda el pabellón municipal para hospedarnos y un restaurante barato para cenar. Cuando llego al pueblo y encuentro el pabellón de deportes, me descalzo y me veo una gran ampolla en la planta del pie. Ha hecho mucho calor y hemos caminado casi 40 km. Hablo con protección civil, que son los que se encargan de dejarte una colchoneta para tumbarte y cobrarte los 3 € que cuesta quedarse a dormir. Dicen que pasarán más tarde, así que espero a Andy y a Tom y, después de ducharnos, nos bajamos al centro a cenar y ver el partido. Alemania gana por 3 goles a 2 a Uruguay y mis compañeros de viaje se alegran. Tomamos una cerveza y cuento el chiste del Ossi (alemán que viene de la parte este): ¿Cuál es la diferencia entre un turco y un Ossi? Que el turco trabaja y habla alemán. Esto se entiende si has oído hablar alguna vez a un ossi y si sabes lo mucho que se quejan por los trabajos que tienen. Como siempre, son sólo estereotipos y no todos los ossis son así, pero el chiste tiene gracia. Llegan Marco y su amigo surcoreano con dos chicas alemanas que creen causar furor por hacer el Camino. Son esa clase de chicas que no tienen nada que ofrecer física, sentimental ni intelectualmente, pero aun así, quieren ser el centro de atención. Yo te echo de menos y pienso que sólo queda un día para llegar a Santiago y poder ver la final del Mundial en pantalla gigante. Me vuelvo al pabellón, donde protección civil ha dejado una pila de colchonetas. No hay nadie que pida dinero, así que cojo una colchoneta, me acuesto y me duermo. Otra noche más que duermo por la cara. 

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