Como viene siendo costumbre, me despierto antes que el despertador. Soy yo quien le da los buenos días y lo apaga antes de que suene. Andreas ha vuelto a dormir con tapones para no escuchar los ronquidos de la gente. Lo despierto y nos ponemos en marcha, últimos 40 kilómetros. El tiempo nos acompaña, se nubla y el sol no pega mucho. Sin embargo, nos faltan fuerzas y lo vamos notando cuando las nubes se van y no pasamos por ningún bosque que nos resguarde. Hacemos un alto en Santa Irene para comprar algo de fruta y almorzar. Sabemos que será el último bocadillo de tortilla de patatas que nos comeremos con la mochila a cuestas. Después de O Pedrouzo, entramos en una zona arbolada, cuesta creer que tan cerca de Santiago haya bosques como éste. Cruzamos un riachuelo junto al que duermen Marco y su amigo surcoreano. Nos cuentan que, anoche, después del partido de Alemania, siguieron caminando hasta las dos de la mañana y que acamparon en el bosque cuando ya estaban cansados. Cada uno camina cuando quiere y cuando puede. A mí me hubiera gustado hacer una etapa de noche, pero tampoco llevaba linterna. Además, siempre es más seguro caminar de día. Poco antes de nuestra meta, subimos el Monte do Gozo. Dicen que se llama así porque desde aquí se puede ver la ciudad de Santiago y, cuando el peregrino llegaba a este alto, se echaba las manos a la cabeza y gozaba de las vistas. Ahora hay una central de RTVE y no se ve gran cosa, así que Andy yo decidimos hacer del tirón los 5 kilómetros que nos quedan hasta el centro de la ciudad.
Vídeo de nuestra llegada a la Plaza do Obradoiro de Santiago de Compostela:

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