Salimos temprano de Barbadelo con la intención de dejar atrás el horrible albergue cuanto antes. Todavía es de noche y Andy saca su linterna, pero pronto comienza a clarear y, al menos, vemos por dónde vamos. Tenemos tantas ansias de llegar a la civilización, que no paramos hasta que la encontramos. Justo antes de entrar en Portomarín, cruzamos el río Miño. Alguien que no está acostumbrado a ver ríos ni ha vivido nunca cerca de uno, se maravilla un rato mientras admira la corriente, hasta que su compañero de viaje le da una palmada en la espalda y le propone seguir "wollen wir weiter?" Subimos las escaleras que dan acceso a la ciudad y nos topamos con un mercadillo. Lleno la mochila de fruta fresca y entro en la iglesia para que me sellen la credencial. Andy se compra un trozo de empanada y lo saborea junto a dos chicas en un banco, son dos jóvenes alemanas con las que coincidimos la semana pasada en Hospital de Órbigo. La rubia es más guapa que la morena, por lo que a mí me toca darle conversación a ésta última. Resulta ser de origen búlgaro y me cuenta cómo están las cosas por el Mar Negro. Andy insiste en tirarle los trastos a la rubia, algo que empieza a entorpecer nuestra marcha. Cuando le recuerdo el motivo de nuestro viaje, se despide de las chicas y apretamos el ritmo. Ya no las volveremos a ver.
Pasadas las cuatro de la tarde, llegamos a Ligonde, una pedanía en la que abundan las vacas y los muros de piedra. Busco un cartel con el nombre del pueblo para añadirle detrás a rotulador "playa", pero no quiero que me echen, así que lo dejo estar. Encontramos una casa vieja que hace las veces de albergue. Lo lleva una sociedad evangelista que predica, a su manera, la palabra de Dios. Nos invitan literalmente a "ver una película para convertirnos", pero nosotros preferimos ducharnos. No tienen sitio dentro de la casa para nosotros, pero sí nos dejan acampar en el jardín. Andy y yo montamos la tienda y lavamos la ropa. Vemos a Tom, el chico alemán al que alcanzamos el día anterior. También hay dos chicas alemanas, más jóvenes que las de esta mañana, pero más simpáticas. Uno de los voluntarios de la iniciativa evangelista saca las cartas del UNO y nos sentamos unos cuantos a jugar. Así pasa el tiempo hasta la hora de la cena, que preparan los voluntarios. Nosotros nos dedicamos a comer, a recoger la mesa y a fregar. Andy compra una botella de vino en un bar cercano y nos llevamos las cartas a la tienda para jugar con Tom. A eso de las once, estiramos los sacos y nos metemos en la tienda. Yo no puedo estirar las piernas y doy muchas vueltas, pero estoy tan cansado que, al final, me duermo. A la mañana siguiente, todo lo que dejamos fuera de la tienda está empapado. Escurrimos la tienda antes de guardarla y desayunamos dentro de la casa. Nos quedan dos días para llegar a Santiago de Compostela.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario