El diseñador pinchó en “enviar” y resopló.
Cinco días antes.
Acababa de terminar un proyecto que le habían encargado. Sus compañeros de oficina seguían a lo suyo. Quiso levantarse para estirar las piernas cuando una sombra familiar se le acercó por la espalda. Cabía la posibilidad de que pasara de largo, pero eso sólo lo haría si quisiera ir al baño y esa sombra tenía un baño en su propio despacho. Una funda amarillenta que contenía unos folios recién imprimidos voló sobre su cabeza y aterrizó encima de la mesa, justo al lado del ratón. Para el viernes. ¿Para el viernes? Pero si estamos a lunes. Incluso a Dios le dieron más tiempo. Eso me pasa por ser tan eficiente, pensó. Aquellas largas piernas se quedaron debajo del escritorio, la espalda, encorvada sobre los planos de aquel arquitecto incompetente de buena familia. ¿Cómo coño meto yo aquí un cheslong? Sus compañeros pararon para almorzar, otros para fumar (sí, luego recuperarían esos ocho minutos que les brindaba la empresa), pero el diseñador siguió construyendo, inventando junto a su sándwich de jamón y queso. En casa, su compañero de piso preparó algo más de pasta para que el diseñador pudiera seguir con el nuevo proyecto. Seguir. Si al menos supiera cómo empezar… Entonces pensó en aquel tío tan sobrao’ al que dieron siete días para construir todo un planeta y se permitió el lujo de descansar el último. Empecemos por la luz, se dijo mientras engullía unos macarrones con salsa boloñesa. No tengo tiempo para Crackovia, veré el resumen el domingo. El martes, segundo día: el cielo y el mar. A ver qué apañamos en el techo de esta vivienda. No tengo tiempo para House, veré el resumen el domingo. Miércoles, tercer día: las plantas. ¡Eso! Seguro que unas plantas aquí quedarán muy bien. No tengo tiempo para el partido de la Champions, veré el resumen en algún telediario. Jueves, tendré que resumir aquí el cuarto y el quinto día: sol, luna, peces y aves… Crearemos un ambiente cuando la habitación recibe la luz del sol y otro muy distinto cuando cae la noche. No tengo tiempo para ver… ¿Qué es esto? Una pequeña pelota saltarina llegó botando a sus pies. Una de esas bolas locas que lanzas y rebota contra todo lo que se le pone de por medio y es casi imposible atrapar hasta que decide detenerse por su cuenta. El diseñador miró a su compañero de piso y recordó esos días en los que su trabajo era divertirse, despeñarse por un barranco y llegar a casa con un diente roto. Esos días no podían acabar ahí. Si Dios descansó una vez hubo acabado su trabajo, ¡qué coño! En el colegio siempre lo dejaba todo para última hora. Aquella noche, el diseñador descansó del proyecto, pero llegó a la cama agotado de tanto perseguir a la bola loca. Y llegó el viernes, último día: animales y humanos. No le habían sentado bien las cenas de su compañero de piso durante cuatro noches seguidas, pero estaba a punto de conseguirlo. Mientras repasaba que todo estuviera bien antes de enviarle el trabajo a su jefe, pensó en por qué Dios dejó lo mejor para el final. Seguramente para poder admirar su obra. Desde entonces no ha vuelto a hacer nada. A lo mejor, ya no le gusta o ha perdido las ganas de crear. Dieron las tres de la tarde y con la tercera campanada comenzó el fin de semana. Tiempo para que el diseñador admirara su obra o para que se olvidase de ella.
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el día que llegue a trabajr así(como ya me pasó) cojo el petate y le hago al jefe la de "aquí un arbol, aquí un rio..." (para aclaración explícita ver http://www.youtube.com/watch?v=ooEFVUCirXM minuto 0:55)
ResponderEliminarI know, bro
ResponderEliminarAlgunas todavía trabajamos así... ¡viva el mal, viva el capital!
ResponderEliminarPues ánimo que el fin de semana está cerca...
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