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A lo mejor es que somos malos por naturaleza, como Damien, el
niño de La profecía, o llega un
momento en el que se nos va la olla y solo podemos callar esas voces matando a
los demás, como Jack Torrance, de El
resplandor, o John Doe, de Seven. A veces, no te dejan otra opción y tienes
que usar la violencia, como Hal 9000 en 2001
o Said en Paradise Now. Pero otras veces es porque disfrutamos siendo malos,
¿qué tiene de divertido ser bueno y seguir las normas? Eso mismo se preguntaban
Clyde Barrow y Bonnie Parker en Bonnie
& Clyde y Alex en La naranja
mecánica. ¿De qué sirve ser bueno? Puedes ser un mal hijo, insultar a tus
padres, no estudiar, drogarte, ser una constante preocupación para familiares y
amigos, pero un día enderezas el rumbo, te casas con una chica ejemplar, tienes
un hijo, consigues un trabajo en el que se tiene en cuenta que antes eras un
puto desastre y no pasa nada. ¿Habéis pensado qué pasa al revés? Que si un día
tienes un desliz, todo ese buen comportamiento, todo ese respeto hacia los
demás, tus estudios, trabajo y buen hacer quedan manchados para siempre porque
un día hiciste un comentario racista, machista o simplemente polémico. Es mucho
más fácil ser malo. Y divertido. Quizá sea esa la razón por la que sentimos
curiosidad por esos malos de la Historia y del cine.
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