Si echamos un vistazo a los malos
más malos de la Historia, vemos que todos comparten una misma ambición:
el poder. No les importa matar para llegar a él y una vez lo ostentan, no dudan
en seguir matando para no perderlo. Hoy en día, si tienes trabajo y dinero, te
compras tu terreno y te lo ordenas como más te guste. Antes no había parcelas,
había regiones, todos querían ordenarlas a su antojo y, si sobraba alguien,
pues a la hoguera. Los otomanos allí lejos, que me molestan. ¡Ay que ver estos negritos, que se empeñan en que les dejemos en paz! ¿Y estos indios, por qué no quieren aprender mi religión con cuyo libro sagrado, dicho sea de paso, dentro de unos años me limpiaré el culo? Nerón, Atila, Vladimir Dracul, Leopoldo II, Ranavalona I,
Stalin, Hitler, Mao y demás dictadores del último siglo, son solo algunos
nombres. Son malos, lo sabemos, estaban locos, es lo que solemos decir. Pero
guardan cierto misterio para el resto de la humanidad. ¿Por qué nos caen mal
los judíos? Por nada en especial, son buenos para los negocios y consiguen una
fortuna de la nada. Es envidia, solo eso. ¿Por qué nos disfrazamos de Drácula?
Porque queremos morderle el cuello a la compañera de clase y, con una capa y
unos colmillos de pega, es más fácil. Queremos ser malos, pero no tanto como
ellos. Ya no puedes conquistar territorios, excepto ese espacio simbólico que
se reparten las bandas callejeras de las metrópolis de todo el mundo. El cine
nos ha enseñado que ser malo mola. El malo puede fumar delante de los niños,
puede escupir en la calle, se tira a las chicas más macizas, tiene pasta, tiene
joyas, tiene mansiones, coca, cochazos, relojes caros y un sillón de respaldo
alto para darse la vuelta mientras acaricia un gato muy peludo. Al final, muere,
o lo meten en la cárcel, pero se pasa la peli viviendo como un marqués.
No hay comentarios:
Publicar un comentario