¿Y esto de qué va?

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martes, 4 de septiembre de 2012

¿Por qué mola ser malo?





Si echamos un vistazo a los malos más malos de la Historia, vemos que todos comparten una misma ambición: el poder. No les importa matar para llegar a él y una vez lo ostentan, no dudan en seguir matando para no perderlo. Hoy en día, si tienes trabajo y dinero, te compras tu terreno y te lo ordenas como más te guste. Antes no había parcelas, había regiones, todos querían ordenarlas a su antojo y, si sobraba alguien, pues a la hoguera. Los otomanos allí lejos, que me molestan. ¡Ay que ver estos negritos, que se empeñan en que les dejemos en paz! ¿Y estos indios, por qué no quieren aprender mi religión con cuyo libro sagrado, dicho sea de paso, dentro de unos años me limpiaré el culo? Nerón, Atila, Vladimir Dracul, Leopoldo II, Ranavalona I, Stalin, Hitler, Mao y demás dictadores del último siglo, son solo algunos nombres. Son malos, lo sabemos, estaban locos, es lo que solemos decir. Pero guardan cierto misterio para el resto de la humanidad. ¿Por qué nos caen mal los judíos? Por nada en especial, son buenos para los negocios y consiguen una fortuna de la nada. Es envidia, solo eso. ¿Por qué nos disfrazamos de Drácula? Porque queremos morderle el cuello a la compañera de clase y, con una capa y unos colmillos de pega, es más fácil. Queremos ser malos, pero no tanto como ellos. Ya no puedes conquistar territorios, excepto ese espacio simbólico que se reparten las bandas callejeras de las metrópolis de todo el mundo. El cine nos ha enseñado que ser malo mola. El malo puede fumar delante de los niños, puede escupir en la calle, se tira a las chicas más macizas, tiene pasta, tiene joyas, tiene mansiones, coca, cochazos, relojes caros y un sillón de respaldo alto para darse la vuelta mientras acaricia un gato muy peludo. Al final, muere, o lo meten en la cárcel, pero se pasa la peli viviendo como un marqués. 


Al bueno no lo quieren ni en la comisaría de policía donde trabaja, su mujer lo ha dejado porque es alcohólico, no tiene dinero, su hija no le habla, huele mal y no le dejan entrar a las fiestas. Se lleva palizas de los secuaces del malo y el único que le cura las heridas es su casero, al que le da pena echarlo del estudio donde malvive. Al final, se carga al malo, o lo mete en la cárcel, pero se ha pasado la peli jodido. Y al día siguiente, su vida seguirá siendo la misma. Es más, habrá otro malo que se esté puliendo la pasta igual que el anterior.


A lo mejor es que somos malos por naturaleza, como Damien, el niño de La profecía, o llega un momento en el que se nos va la olla y solo podemos callar esas voces matando a los demás, como Jack Torrance, de El resplandor, o John Doe, de Seven. A veces, no te dejan otra opción y tienes que usar la violencia, como Hal 9000 en 2001 o Said en Paradise Now. Pero otras veces es porque disfrutamos siendo malos, ¿qué tiene de divertido ser bueno y seguir las normas? Eso mismo se preguntaban Clyde Barrow y Bonnie Parker en Bonnie & Clyde y Alex en La naranja mecánica. ¿De qué sirve ser bueno? Puedes ser un mal hijo, insultar a tus padres, no estudiar, drogarte, ser una constante preocupación para familiares y amigos, pero un día enderezas el rumbo, te casas con una chica ejemplar, tienes un hijo, consigues un trabajo en el que se tiene en cuenta que antes eras un puto desastre y no pasa nada. ¿Habéis pensado qué pasa al revés? Que si un día tienes un desliz, todo ese buen comportamiento, todo ese respeto hacia los demás, tus estudios, trabajo y buen hacer quedan manchados para siempre porque un día hiciste un comentario racista, machista o simplemente polémico. Es mucho más fácil ser malo. Y divertido. Quizá sea esa la razón por la que sentimos curiosidad por esos malos de la Historia y del cine.


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