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miércoles, 6 de noviembre de 2013

La mofeta albina que cruzó Alemania


Stinktier: del alemán "stinken" apestar, oler mal; y "Tier" animal.


Suena el teléfono, lo cojo. Al otro lado una voz masculina que me habla en alemán.
-¿Paschka? Hola, soy Alex. He visto en la mitfahrgelegenheit que vas a Bélgica. ¿Aún tienes sitio?
-Hola, Alex. Sí, ¿adónde vas?
-A Giessen.
-Perfecto, pasamos por allí.
-¿Puedo llevar a mi mascota?
-¿Qué mascota es, Alex?
-Es una mofeta albina...
Silencio.
-Pero no huele, Paschka.
El Migue, que estaba escuchando la conversación y que también se apuntaba al viaje (íbamos a Gante a ver a su hermano por su cumpleaños), me miró como cuando ves a un chino paseando un perro y me dijo:
-Pobre mofeta, ningún animal la quiere porque es una mofeta. Pero es que las de su especie tampoco la quieren porque no huele mal como ellas. ¿Cómo puede ser Stinktier y no oler mal?
Salimos el viernes 24 de noviembre de 2006 por la noche. En realidad eran las cuatro de la tarde, pero ya sabéis cómo se las gasta el sol en Alemania en invierno. Alex, su mofeta, Mario (otro chico alemán que se bajaba en Siegen, Migue y yo. El Ibizica estaba ansioso por viajar a Bélgica.
Por Leipzig, todo bien, más que nada porque hay iluminación, farolas y esas cosas. Pero nada más salir de la ciudad y enfilar a la autopista, Migue no lo tenía muy claro.
-Paschka, ¿llevas las luces puestas?
-Claro.
Las de posición, sí. Las de cruce, no. Las bombillas se habían fundido antes de emprender el viaje. Teníamos que pegarnos al coche de delante como si fuéramos un sprinter en los Campos Elíseos o nos quedábamos a oscuras en medio de la autopista.
Por suerte, Migue es un poco MacGyver y consiguió cambiar una de las bombillas por una de repuesto que el Ibizica traía en el maletero. Con ella pudimos llegar a una gasolinera y allí comprar otra bombilla. Alex y Mario se miraron varias veces, supongo que pensando "estos españolitos son un puto desastre". Ahí estábamos, el Migue y yo con el Ibizica y su matrícula de Alicante (sin pegatina de la Unión Europea ni de España siquiera) en el país del automóvil. Me puse en el lugar de mis acompañantes y creo que es como si ellos vinieran a Valencia a hacer una paella en una sartén.
Hicimos las paradas correspondientes, los viajantes se apearon en sus estaciones y nosotros llegamos a Charleroi, donde recogimos a Adriana. Desde allí y de un tirón llegamos a Gante con las indicaciones del Migue:
-Mira, Paschka, tira por aquí que me suena que por esta calle he pasado yo. Eso es. Sigue recto. Y si la siguiente es dirección prohibida, ahí vive mi hermano.
Y así fue. Ríete tú de los GPS.
Llegamos a tiempo para el cumpleaños de José Luis y disfrutamos de la compañía de Adriana, que hacía tanto tiempo que no veíamos.
El domingo, la vuelta fue mucho más tranquila.
Ah, y Alex tenía razón, su mofeta albina no nos dio mal olor en todo el viaje.



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