viernes, 31 de diciembre de 2010
La última noche del año
Hace tiempo que nos dimos cuenta de que la Nochevieja no es la mejor noche del año, sino la última. De adolescentes, nos engatusaron con salones y cenas de gala donde había que asistir vestido de etiqueta, en plan reunión de antiguos alumnos de peli americana. Cuando tuvimos pareja, nos dio por alquilar una casa rural a tomar por culo de cualquier parte civilizada para disfrutar de la naturaleza y del fuego de la chimenea junto a nuestro amor (el problema era que el amigo que no tenía pareja se sentía un poco fuera de juego). Al ver que se nos helaba el culo por la noche y que en Año Nuevo estábamos todos constipados, al año siguiente pasamos de alquilar casas rurales. Luego tomamos a la Nochevieja como otra noche más y decidimos salir de fiesta por los locales que frecuentábamos, con la única diferencia de que esa noche pinchaba el dueño del local (para ahorrar gastos de DJ) y las copas valían el doble. Un año, alguien tuvo la maravillosa idea de decir "este año yo no salgo en Nochevieja", y se pasó dos meses en el hospital curándose de las collejas de sus amigos. Yo lo hice una vez, el especial de Nochevieja de la tele no me gustó y puse uno viejo en VHS de Martes y 13. Media hora después de las doce campanadas ya estaba dormido en el sofá. Y hoy nos reunimos unos cuantos en casa de una amiga, para cenar, tomar algo y reírnos un rato. Puede que sea la forma más sensata de pasar una noche especial que, paradójicamente, se repite todos los años con la misma frecuencia (un día más si es bisiesto) y que nos hemos empeñado en convertir en noche indispensable para nuestro devenir. En realidad, sólo esperamos que baje la bola, que nos dé tiempo a comernos todas las uvas sin atragantarnos y que este año hayamos hecho las cosas bien, hayamos querido a los nuestros y tengamos la conciencia tranquila. Pero por si no ha salido como queríamos, aquí tenemos otra oportunidad, un nuevo año por delante para volver a intentarlo.
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